Uff!, los últimos kilómetros dentro del PN fueron a puro ruego para que la lluvia no dañara demasiado al camino, creo que minutos mas y no salíamos. Ya sobre la RN3 la preocupación viró a como encontrar al poseedor de la llave que abriría la tranquera que nos facilitaría el acceso al enigmático Armour del Río Chico, en el medio flotaban presunciones, datos, anécdotas.
El río Santa Cruz a la altura de Isla Pavón es sobrevolado por un imponente puente que bien valía la pena fotografiar y la sensación sonora que significa el paso de un camión de gran porte bien vale el nuevo tropiezo que esta vez me arruinó la pierna derecha, fueron unos minutos de contemplación que conjugaron a una gran obra de ingeniería civil, con un cielo mutante, silencios y estrépitos apabullantes, frío y ansiedades.
Ya en Comandante Luis Piedrabuena los datos nos condujeron a un comercio dedicado a la pesca, allí su propietario nos redirige a una vivienda habitada por un niño que en un desconcertante idioma preescolar nos indica una dirección con la precisión de un GPS japonés, curva, manzana, desvío, jardincito, número, auto, casa, eslabones exactos vinculados por un chiquitín mágico. Llueve y una dama me dice que el poseedor de la llave no está, pero que no tardará en volver, y sin la llave no hay Armour, ya que de la ruta son una treintena de kilómetros a campo traviesa hasta llegar a las costas del Chico. Paciencia y hasta aquí no me canso de agradecerle a Pancho, un desconocido que hizo causa común con este viajero llegado del norte lluvioso, algo perturbado por encontrarse con unas ruinas absolutamente solitarias.
La noche golpea las puertas del cielo y por fin establezco contacto. Para mi sorpresa el propietario del campo que contiene al frigorífico me da las llaves, con la única advertencia que cierre bien las tranqueras ya que dentro hay muchos animales que podrían aprovechar la ocasión para fugarse, me despedí impactado sabiéndome poseedor de las llaves de un latifundio patagónico.
Vuelta a Puerto Santa Cruz ya de noche, hotel, una cena a puro róbalo y miles de secuencias mentales que no podía ordenar, realmente demasiadas imágenes para un primer día de travesía
El río Santa Cruz a la altura de Isla Pavón es sobrevolado por un imponente puente que bien valía la pena fotografiar y la sensación sonora que significa el paso de un camión de gran porte bien vale el nuevo tropiezo que esta vez me arruinó la pierna derecha, fueron unos minutos de contemplación que conjugaron a una gran obra de ingeniería civil, con un cielo mutante, silencios y estrépitos apabullantes, frío y ansiedades.
Ya en Comandante Luis Piedrabuena los datos nos condujeron a un comercio dedicado a la pesca, allí su propietario nos redirige a una vivienda habitada por un niño que en un desconcertante idioma preescolar nos indica una dirección con la precisión de un GPS japonés, curva, manzana, desvío, jardincito, número, auto, casa, eslabones exactos vinculados por un chiquitín mágico. Llueve y una dama me dice que el poseedor de la llave no está, pero que no tardará en volver, y sin la llave no hay Armour, ya que de la ruta son una treintena de kilómetros a campo traviesa hasta llegar a las costas del Chico. Paciencia y hasta aquí no me canso de agradecerle a Pancho, un desconocido que hizo causa común con este viajero llegado del norte lluvioso, algo perturbado por encontrarse con unas ruinas absolutamente solitarias.
La noche golpea las puertas del cielo y por fin establezco contacto. Para mi sorpresa el propietario del campo que contiene al frigorífico me da las llaves, con la única advertencia que cierre bien las tranqueras ya que dentro hay muchos animales que podrían aprovechar la ocasión para fugarse, me despedí impactado sabiéndome poseedor de las llaves de un latifundio patagónico.
Vuelta a Puerto Santa Cruz ya de noche, hotel, una cena a puro róbalo y miles de secuencias mentales que no podía ordenar, realmente demasiadas imágenes para un primer día de travesía
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