Cuando comencé a planificar el viaje me decidí por San Antonio Oeste como punto inicial del recorrido, siempre había sido lugar de paso, de parada mínima, pero que contiene en su interior historia y lugares que merecen una visita. La primera parada en una fría y ventosa mañana me lleva a los talleres del FCP, que guarda en su interior material ferroviario de variado orígen, pero con el común denominador del triste abandono, la recorrida me ubica entre los vagones españoles, máquinas de los veinte, edificios con esa textura patagónica que contagia nostalgia y emoción, el paso se hace lento, nadie a la vista, sólo viento, crujidos atemorizantes y fantasmas.
La visita no podía terminar sin la charla con un viejo ferroviario, memoria viva de los trenes patagónicos, extremos como su entorno, castigados como su inhóspita geografía, me voy con un punto arriba, el siguiente destino se ubica a unas diez cuadras de allí, en un contexto totalmente diferente, pero igualmente bello.
La visita no podía terminar sin la charla con un viejo ferroviario, memoria viva de los trenes patagónicos, extremos como su entorno, castigados como su inhóspita geografía, me voy con un punto arriba, el siguiente destino se ubica a unas diez cuadras de allí, en un contexto totalmente diferente, pero igualmente bello.
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